- El caso Hernán Bermúdez hunde a Adán Augusto, exhibe a Audomaro y oxigena a la presidenta
Cuando el “rey” se jubiló, los alfiles asumieron que la sucesión sería compartida. Adán Augusto López y Ricardo Monreal calcularon que, con la salida de Andrés Manuel López Obrador, la mesa estaba puesta para tomar el control político de la Cuarta Transformación. Uno desde el Senado, el otro desde la Cámara de Diputados, jugaron sus cartas con la pretensión de marcar el ritmo de la nueva etapa.
Ernesto Madrid
Durante los primeros meses del sexenio de Claudia Sheinbaum, ambos operaron con sigilo. Desde sus posiciones institucionales dilataron o aceleraron iniciativas, añadieron cláusulas estratégicas, tejieron pactos con gobernadores, líderes sindicales y monopolizaron la interlocución con opositores y aliados. Todo bajo una premisa: subordinación aparente a Palacio Nacional, pero conducción real del movimiento. Un pulso soterrado.
Pero algo no salió como esperaban. Sheinbaum no solo se impuso en las urnas con un arrollador 59.6% de los votos, superando a su propio partido (54%), sino que consolidó legitimidad con una popularidad del 80%, un liderazgo claro y, sobre todo, una red de poder propia. Mientras ellos jugaban al ajedrez en la penumbra, ella ocupó la luz pública.
El desgaste autoinfligido
Lo que pudo haber sido una pesadilla para Sheinbaum terminó siendo una ventaja. Porque los alfiles mostraron pronto sus debilidades: imposiciones políticas burdas, alianzas con impresentables, lujos ofensivos, frases desafortunadas. Y, sobre todo, una biografía que nunca terminó de encajar con el ADN obradorista. Ni Adán ni Monreal son de la causa. Llegaron a Morena por descarte: después de fracasar en el PRI.
Basta recordar que Adán Augusto fue dirigente del tricolor en Tabasco incluso una década después de que López Obrador rompiera con ese sistema. En el año 2000, el ahora exsecretario de Gobernación coordinó la campaña de Manuel Andrade, en contra del entonces candidato del PRD, Andrés Manuel López Obrador. Hoy, ese pasado regresa como bumerang.
Bermúdez, el eslabón criminal
El episodio que terminó por exhibir a Adán Augusto López fue el escándalo de su exsecretario de Seguridad en Tabasco, Hernán Bermúdez Requena. Este viernes 25 de julio, la Secretaría de Hacienda congeló sus cuentas bancarias, así como las de sus socios, familiares y empresas relacionadas, por presuntas operaciones con recursos de procedencia ilícita. La Unidad de Inteligencia Financiera (UIF) confirmó el bloqueo con base en atribuciones legales para combatir corrupción, lavado de dinero y otros delitos financieros.
Bermúdez Requena, quien ocupó el cargo entre 2019 y 2024, es acusado de liderar al grupo criminal “La Barredora”, brazo armado del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) en el Golfo de México. Durante su gestión, mantuvo contacto directo con funcionarios estatales y federales, incluido el general Audomaro Martínez, exdirector del Centro Nacional de Inteligencia y uno de los hombres más cercanos a López Obrador.
Pese a la cercanía evidente, tanto Adán como Carlos Manuel Merino Campos su sucesor niegan haber sabido algo. Pero los reportes militares filtrados por Guacamaya Leaks dicen otra cosa: desde 2019 había sospechas claras de vínculos criminales de Bermúdez. Información que circulaba en los análisis de inteligencia de la Secretaría de la Defensa Nacional, pero que fue ignorada o, peor aún, protegida.
El silencio de Palacio
La relación de Audomaro Martínez con Bermúdez va más allá de lo operativo. Fuentes del propio gabinete de seguridad aseguran que fue el verdadero padrino del ahora perseguido, y que tejió una red de colocación de perfiles similares en estados clave como Edomex, Zacatecas, Michoacán y Tamaulipas. Si esta tesis se confirma, el CJNG habría crecido con aval desde el aparato federal.
El problema es político: si se investiga a fondo, la onda expansiva podría alcanzar al expresidente López Obrador. De ahí que, hasta ahora, nadie en Palacio se atreva a tocar a Audomaro.
Sheinbaum se deslinda y reafirma autoridad
En medio del escándalo, la presidenta Claudia Sheinbaum envió un mensaje doble. Por un lado, defendió el derecho de los funcionarios a vacacionar —en respuesta a las imágenes filtradas de morenistas en Europa con actitudes ostentosas—, pero advirtió que “el poder es humildad” y que “el pueblo siempre nos evalúa”. Y por otro, reforzó su propia narrativa de integridad: gira cada fin de semana, contacto directo con gobernadores, cero impunidad para los corruptos, aunque hayan sido parte del equipo anterior.
El ajedrez sigue, pero con reina al mando
Adán Augusto y Monreal quisieron mover las piezas sin mirar al tablero. La reina ya está en el centro y los ha dejado sin jugadas útiles. Los escándalos, la soberbia y la sombra del pasado han debilitado su margen de maniobra.
Ahora, el reto para Claudia Sheinbaum no es solo mantener la legitimidad, sino resistir las presiones del viejo sistema que aún se mueve en la retaguardia de Morena. Porque los tiburones no duermen, pero a veces muerden el anzuelo equivocado.
@JErnestoMadrid
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
-
Ernesto Madrid
- Noticias