… Al finalizar prácticamente la segunda década del siglo XXI, todas esas medidas que se enumeran anteriormente respondieron a la lógica del llamado neoliberalismo que México y numerosos países adoptaron. Hoy esas prácticas y políticas se satanizan como las culpables de todos los males que aquejan a la nación, porque son las que provocan la corrupción (AMLO dixit).
Esas políticas fundamentalmente económicas de corte liberal le permitieron al país transitar por una ruta de mayor estabilidad macroeconómica. Las políticas sociales para combatir las desigualdades no se orientaron en esa misma dirección.
Independientemente de la abundancia petrolera y los elevados precios en el mercado mundial, y esa estabilidad macro originada en todas las políticas liberales, las administraciones de los pasados 25 años, desatendieron de manera inexplicable los tres problemas centrales de la desigualdad: la justicia y el derecho; la riqueza y su distribución y el poder y la democracia.
Esencialmente es un problema de un estado disfuncional donde las mayores ineficiencias se localizan en las instituciones, las fallas en la administración pública, la propia alternancia democrática, entre otras desviaciones, pero por encima de todo, está la impunidad, tema que no está en ninguna de las políticas recomendadas por el famoso neoliberalismo, sino en las decisiones de toda la clase política que fue dejando un vació de bienestar que dio como “resultado un deterioro gradual, diverso y sostenido en la gobernabilidad del país cuyas manifestaciones más visibles se revelaron en las pasada elecciones. En el nivel más alto de abstracción se trata de una agudización y crisis de la desigualdad acumulada, que ha acompañado la filosofía política de nuestro país los pasados doscientos años desde que obtuvo su independencia en septiembre de 1821, marcada por profundas raíces que el autor de estas notas llama la «huella colonial».” (ver La derrota moral de México del 8 de mayo de 2018)
Al final de cuentas, el neoliberalismo es tan imperfecto como otros sistemas alternativos como la intervención del estado en la vida económica, la sustitución de importaciones o el desarrollo estabilizador de México, sólo por mencionar algunos que se han aplicado en nuestro país.
Por otra parte, todos apoyamos el propósito de erradicar ese cáncer social de la deshonestidad que se experimenta en los ámbitos de la vida pública, privada y social desde tempranas edades y para todo propósito. Pero hay que recordar que la corrupción es como el aplauso: siempre se necesitan dos manos para aplaudir.
Pero asociar de manera simplista la corrupción como resultado de las políticas neoliberales es una auténtica falacia.
La deshonestidad en México viene de muy lejos: de virreyes, presidentes, nobles, dictadores, militares, gobernadores, secretarios de estado, empresarios, líderes sindicales, educadores, franeleros, policías, jueces y de muchas otras conductas éticas deformadas. El último período de entre tres y cuatro décadas cuando ha dominado el liberalismo económico, la corrupción también ha estado presente, no cabe la menor duda.
Adicionalmente esas prácticas tan añejas de la deshonestidad pueden encontrar una explicación mucho más plausible en la otra constante de la historia de México que es la desigualdad en los tres ámbitos que abarcan: a) el poder y la democracia, b) el Derecho y la justicia y c) la riqueza y su distribución.
Al desmenuzarlos aparecen a su vez las manifestaciones de esa falta de igualdad:
a) aunque es precepto constitucional, no es cierto que todo mundo pueda votar y ser votado. Si no, pregunten a los candidatos independientes y revisemos por otra parte el inmenso costo de los partidos políticos que pagamos los contribuyentes y la voracidad de todos ellos por allegarse esos multimillonarios fondos.
b) el extremo de que en México sólo se ventila y castiga un porcentaje bajísimo de delitos, que una alta proporción simplemente no se denuncia siquiera, además de que la justicia en tribunales tiene altísimos precios que la hace asequible solo para ricos; y
c) la cada vez más amplia brecha en la distribución de la riqueza y su concentración, que ha mantenido el acceso al bienestar sólo entre núcleos reducidos. El salario real no ha experimentado mejoras importantes en las últimas tres décadas.
Por ello no se puede establecer una línea directa entre liberalismo económico y corrupción, porque los resultados de esas desigualdades encadenadas como son la inseguridad, la ignorancia, la impunidad, la pobreza, la informalidad, la carencia del debido proceso, la emigración económica y otras más, han llevado a autores a calificar a México como un estado fallido. Desde mi óptica esas desigualdades lo que describen es más bien un estado disfuncional. Excelentes o buenas leyes que no se aplican, lo que da un Estado en papel solamente, con instituciones que no entregan el producto o servicio para el que fueron diseñadas, es decir, una administración pública que no funciona.
Primero porque existen caminos indirectos o ilegales para que no se cumplan las leyes, sea la administración de la justicia, la política fiscal, el reglamento de tránsito, las reglamentaciones de construcción, las violaciones a la ley de los partidos políticos o el asalto a las casetas de carreteras de cuota y los ataques a las vías generales de comunicación.
Segundo, porque existen inmensos defectos en esas mismas instituciones, en la administración de procedimientos burocráticos insalvables que son muchas de las trampas que operan en favor de la corrupción, por ejemplo, las licitaciones asignadas directamente sin concurso y las mil maneras de darle vuelta a la ley.
Tercero, la cadena alimenticia de la corrupción que va del funcionario menor o el policía a los jefes y de ahí hacia arriba, o los conflictos de intereses de numerosos políticos y funcionarios de alto nivel que no son siquiera investigados.
Cuarto, la otra cadena alimenticia de la mala gestión administrativa por falta de supervisión de las responsabilidades de las funciones administrativas, técnicas, legales, laborales, etc., que están en la ley de la administración pública y la tarea pendiente desde hace décadas de contar con la ley general para todo el servicio civil de carrera para eliminar para siempre nepotismo, amiguismo y el “capitalismo de cuates” que hemos padecido.
Las políticas económicas liberales se han practicado durante períodos semejantes en otros países donde la corrupción --que es una debilidad del ser humano en general— se ha reducido notablemente. En otras latitudes, no se permite que se convierta en un círculo vicioso con la impunidad, sino que se castiga ejemplarmente, porque existe una fuerte sanción legal, social, religiosa o, simplemente, porque existe solidaridad colectiva. En el índice global de percepción de transparencia, México ocupa la posición 135 de 180 países del mundo, que es un lugar nada distinguido por cierto.
Viene al caso China, que es el país que practica las políticas neoliberales más extendidas a nivel nacional en los tiempos modernos. Sólo que ahí la corrupción ha existido y existe todavía, pero también sabemos por las noticias que han recorrido el mundo, de las drásticas sanciones contra esas conductas, es decir se combate la impunidad (China ocupa el lugar 71 de esos mismos 180 países). Aunque se trata de una civilización que profesa otras creencias, pero igualmente son notables las mejoras en el bienestar y de una riqueza mejor distribuida. Hoy en ese país el ingreso medio de la mano de obra industrial ya ha superada la de nuestro país y se nota en las calles de Pekín o Shanghái.
Y se pregunta uno:
¿No será que la corrupción en México ha existido y que se practica con o sin neoliberalismo, como sucedía en los tiempos del keynesianismo mismo con relativa participación del estado en la vida económica a los que se quiere volver? Basta leer los dos volúmenes del credo económico de MORENA en Pejenomics que contiene “esencialmente una orientación hacia la economía de la demanda” 1.
¿No será que la corrupción en México e inclusive la traición a la patria que llevó a la pérdida de grandes extensiones territoriales, se practicaba ampliamente en el siglo XIX cuando no se soñaba siquiera con el neoliberalismo?
¿No será que la corrupción en México fue una constante durante el porfiriato, añorado por más de uno, cuando el neoliberalismo tampoco existía porque dominaba el positivismo?
¿No será que la corrupción se experimentó durante siglos en la Nueva España antes y después de las reformas borbónicas, pues España no abrazó siquiera el liberalismo ni se sumó a la Revolución Industrial sino tardíamente?
¿No será que la corrupción fue una constante en el mismo período revolucionario, cuando se decía que «no hay general que aguante un cañonazo de 50 mil del águila»?
No será que el círculo vicioso está en una falta de sincronía entre las políticas económicas –y sería válido en cualquier otro sistema económico— y la falta de adaptación de las instituciones a esa nueva realidad? De ello se deriva una dicotomía, pues por una parte se introducen transformaciones radicales macroeconómicas en materia de apertura de mercado, atracción de inversiones, control de la inflación y otras más, pero no se sincronizan con la mejora efectiva en la educación ni con el aumento real en el bienestar, es decir se introdujeron esquemas que buscaron una mayor productividad económica, pero no se cuidó el pilar del bienestar, que es la otra cara de la competitividad general de todo sistema.
Entonces la erradicación de la corrupción no puede estar basada solamente en la eliminación del liberalismo económico.
Se trata un asunto más complejo de profundas raíces históricas en México. Porque el país no se puede bajar del mundo: «esquina bajan» y tratar de desaparecerlo con una consulta ciudadana y menos con la explotación de íconos históricos, finalmente discutibles.
Por otra parte, la aplicación de estas recomendaciones de política fueron distintas en los países que las adoptaron, dependiendo de sus gobernantes, de la solidez de sus instituciones de la estructura productiva y su grado de desarrollo (o subdesarrollo) del grado de participación del estado en la vida económica y en fin de las aspiraciones de cada sociedad.
Para las naciones del antiguo «bloque comunista» como se llamaban durante la Guerra Fría a los países de Europa central, la introducción de políticas de apertura de corte liberal como el desmantelamiento de todas las entidades productivas del estado (desde la industria ligera hasta la manufacturera incluyendo la bélica, la distribución, el transporte, la banca, etc.) la privatización de esos emprendimientos no tiene comparación, por ejemplo, con México donde el estado se deshizo de alrededor de mil empresas.
Al término y derretimiento del socialismo real luego de la caída del famoso muro de Berlín, México y la comunidad mundial comenzaron a reconocer que la opción que podría reemplazar al “ogro filantrópico” de que hablaba Paz, era ni más ni menos la economía de mercado, es decir, se aceptaron las ventajas del liberalismo en el sistema capitalista. Las excepciones confirman la regla. Después de la última recesión del 2008, gradualmente se ha dado un vuelco hacia políticas donde el estado juegue otra vez un papel que atienda una mejor distribución de la riqueza. En los países emergentes, se tuvieron ejemplos claros donde se prestó especial atención a la pobreza y a los grupos más vulnerables.
El cambio esencial en esa dirección es que el sistema capitalista en el cual está inmerso el sistema de producción, distribución y consumo en México desde hace prácticamente cien años, adoptó las políticas de la economía liberal hace pocas décadas. Pero desde el punto de vista del desarrollo social y el bienestar se ha fracasado.
¿Qué posición está adoptando el gobierno del Presidente López Obrador en materia de liberalismo económico?
Continuará…
1.- Ver Arturo González, Pejenomics o Vudunomics del 22 de mayo de 2018