- Los empresarios quieren bancos, la ley los consiente… y los ahorradores pagan los platos rotos. Otro caso: CIBanco, donde el dinero se “protege” a medias.
En el México moderno, tener un banco ya es el nuevo símbolo de poder. No importa si uno viene de la minería, los ferrocarriles o la construcción; ahora el verdadero negocio está en controlar el flujo del dinero. Y no es por amor a las finanzas, sino porque, con leyes tan flexibles y autoridades tan “comprensivas”, la banca se ha vuelto el mejor escondite para el dinero sospechoso y un escudo elegante para los defraudadores.
Ernesto Madrid
El caso más reciente lo protagoniza Germán Larrea, el segundo hombre más rico del país, quien intentó quedarse con Banamex, pero fue “bateado” por Citi, que prefirió cerrar trato con Fernando Chico Pardo, un empresario más discreto… y, al parecer, más conveniente.
La decisión se aceleró porque Citi debía presentar sus resultados financieros el 14 de octubre y no podía llegar al reporte con el escándalo abierto. Larrea, fiel a su estilo, se saltó los protocolos: no pidió el visto bueno ni del gobierno de Claudia Sheinbaum ni de las autoridades de Estados Unidos antes de anunciar su oferta. Grave error en un país donde las decisiones económicas importantes pasan, inevitablemente, por el filtro político.
Pero lo de fondo va más allá de Banamex. Los grandes capitales mexicanos han descubierto que tener un banco es mucho más rentable que tener una mina: permite mover dinero sin demasiadas preguntas, blindarse ante las leyes y, de paso, escribir sus propias reglas, con el beneplácito de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores (CNBV), que parece más interesada en proteger banqueros que en defender a los usuarios.
Mientras Citi hablaba de “maximizar el valor para sus accionistas”, Larrea lamentaba el rechazo con una serenidad casi poética, afirmando que su oferta “maximizaba beneficios” y ofrecía “certeza”. La única certeza, sin embargo, es que en México el sistema financiero siempre encuentra la forma de beneficiar a los mismos.
Y por si la novela de Banamex no fuera suficiente, otro escándalo se cocina:
CIBanco, que decidió entregar “voluntariamente” su licencia bancaria. Sí, voluntariamente. El IPAB aseguró que fue el propio banco el que acudió a la CNBV para revocar su permiso, argumentando que era “lo mejor para los clientes”. Una narrativa tan amable que casi hace olvidar que quienes tenían más de 400 mil UDIs —unos 3.4 millones de pesos— deberán esperar hasta el fin de la liquidación para recuperar su dinero, si es que algo queda.
Así, mientras unos empresarios buscan bancos para blindar fortunas y otros los entregan antes de hundirse, el sistema sigue funcionando con una lógica simple: los poderosos mandan, los reguladores obedecen y los ahorradores pierden.
Porque en la banca mexicana, el dinero nunca desaparece… solo cambia de dueño.
@JErnestoMadrid
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