Ni con el pétalo de una rosa se le pega a una mujer. Así recuerdo que se educaba a los varones. Igual había abuso, golpes, discriminación… sometimiento, pero se les recordaba a los niños y jóvenes con esa frase que la violencia no es el camino y que a las niñas y mujeres se les debe respetar.
Hoy día, sin embargo, la violencia está disparada, los cobardes que violentan mujeres se multiplican como si el delito mismo no ofendiera también a sus madres, hijas, hermanas, novias, esposas y a toda mujer en el mundo. De hecho, la nueva forma de guerra entre grupos delincuenciales es torturar y matar a las mujeres relacionadas con el bando contrario. Así mueren violentamente mujeres que su único “pecado” es tener vínculo familiar o sentimental con un hombre que, él sí, es parte de los grupos delincuenciales desalmados en México.
Se ha tratado de visibilizar este monstruoso suceso de múltiples formas: La Convención de Belém do Pará, Brasil, 1994 reconoce el respeto irrestricto a derechos humanos y Diana Russel utiliza por vez primera el término “feminicidio”. En México, la Dra. Marcela Lagarde lo retoma y desarrolla como “feminicidio” para analizar el fenómeno de “Las muertas de Juárez” y presentar ante la CIDH los alegatos por el “caso algodonero”, primero en que dicho organismo emite resolución vinculante al Estado mexicano para tipificar feminicidio como homicidio de mujer por razones de género y atender las muertes violentas contra mujeres. A partir de esa fecha, se han promulgado nuevas leyes como la General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia y vemos marchas, políticas públicas, mercadotecnia y medios de comunicación evidenciando lo peligroso y trágico que resulta hoy día ser mujer y procurar vivir libre y en paz. Parece y es cuesta arriba.
La violencia contra la mujer es una ofensa a la dignidad humana y una manifestación de las relaciones de poder históricamente desiguales entre mujeres y hombres. Subordinación, debilidad y propiedad, entre otros, son estereotipos que aun cuando vivimos en pleno siglo XXI, se perpetúan en actos de violencia de un género al otro.
Según el INEGI, 7 de cada 10 mujeres declara haber vivido violencia de algún tipo. Solo en 2018, el 911 recibió un millón diez mil quinientas cincuenta y seis (1’010,556) llamadas de mujeres reportando incidentes de violencia. De ellas, 11,788 fueron gritos de auxilio por razones de violencia sexual (abuso, hostigamiento, acoso y violación) pero las más numerosas por violencia familiar con 689,885 y de pareja con 202,177. La violencia pues, claro que está en las calles pero, especialmente, está en casa.
La cifra es escalofriante: 2,746 homicidios femeninos dolosos en 2018 en México; 9 asesinadas diariamente. La violencia contra mujeres es sin duda, la cara oprobiosa y cruel de esta sociedad misógina que parece seguir viviendo en la época de las cavernas. Terrorífico.
La violencia contra la mujer es una ofensa a la dignidad humana y una manifestación de las relaciones de poder históricamente desiguales entre mujeres y hombres. Subordinación, debilidad y propiedad, entre otros, son estereotipos que aun cuando vivimos en pleno siglo XXI, se perpetúan en actos de violencia de un género al otro.