- Mientras los “defensores” de la Cuarta Transformación insisten en que la desigualdad viene desde la Colonia y se agravó con los neoliberales, lo cierto es que México sigue atascado en el mismo lodazal: el 10% más rico concentra el 36.6% del ingreso, sin que el actual gobierno muestre soluciones reales, más allá del discurso
En América Latina la desigualdad es como el reguetón: suena en todas partes, incomoda a muchos, pero nadie la saca del repertorio. Según Oxfam, el 10% más rico de la región se lleva un 34% del ingreso nacional. México, siempre competitivo cuando se trata de injusticias estructurales, logra un nada despreciable 36.6%.
Ernesto Madrid
Los comentócratas de la 4T tienen la explicación lista: “es culpa de la Colonia”, “el neoliberalismo nos dejó así”, “la desigualdad no se cambia en seis años”. Y como si fueran coro de iglesia, repiten el mantra de que la crítica es vacía porque “no hay propuestas”. Hay quienes lo resumen con su tono docto: en México sobra quien critique, pero falta quien proponga. Lo que omiten —quizá por distracción— es que lo que sí abundan son nuevos ricos, y no precisamente del sector productivo, sino del círculo político de la transformación.
Ahí están los nombres que ya no sorprenden a nadie: Andy López Beltrán con sus negocios familiares; los Monreal que convierten Zacatecas en patrimonio privado; Pedro Haces, sindicalista reciclado en empresario de ocasión; o Gerardo Fernández Noroña, que de “tribuno del pueblo” pasó a disfrutar de las mieles institucionales con la misma naturalidad con la que antes arengaba en la calle. Y mientras tanto, la desigualdad permanece intocable.
En México, el 1% más rico gana 442 veces lo que recibe el hogar más pobre. No es una metáfora: casi un millón de pesos mensuales contra dos mil miserables pesos. Pero claro, según el relato oficial, el problema es histórico y resolverlo “lleva tiempo”. Curiosamente, el tiempo que corre siempre favorece a los de arriba, viejos y nuevos; compadres, amigos y nepotismo dentro del poder, que dijeron se había terminado.
En Brasil, a pesar de Bolsonaro, la brecha comenzó a cerrarse con políticas más redistributivas. En Uruguay y Argentina, con todos sus defectos, los ricos concentran menos ingreso que en México. Aquí, en cambio, el camino es otro: administrar la pobreza con programas sociales, evitar reformas fiscales de fondo y justificarlo todo con un discurso épico que raya en lo cómico.
Clara Inés Pardo, académica y doctora en Economía en la Universidad del Rosario, lo explicó sin adornos: las élites no son víctimas de la desigualdad, son las arquitectas que la mantienen. Y en México esas élites aprendieron rápido que con la 4T no había que preocuparse. Basta con alinearse, tener la credencial correcta y, si se puede, sacarse una selfie con él o la presidenta.
La realidad es que todo “Se debe a una combinación de diseño institucional deficiente, resistencia política y fallas en la implementación.” Señalan que el IVA, considerada una de las principales fuentes de recaudación, es regresivo en muchos países. Entre tanto, la evasión fiscal por grandes fortunas y corporaciones reduce los recursos disponibles para políticas sociales y se debe cobrar, pero lo que marca la ley.
A estos factores se suma el hecho de que parte del gasto público se dirige a subsidios regresivos, mientras que las transferencias sociales, aunque crecientes, suelen ser pequeñas y sin ser focalizadas, sin transformar la estructura de desigualdad.
Así que la conclusión es simple: antes eran los neoliberales quienes enriquecían a los de siempre; ahora es la transformación la que produce sus propios millonarios, todo bajo la etiqueta de “gobierno del pueblo”. La desigualdad no cambió, solo cambió el color de quienes se benefician. Y claro, siempre habrá un comentócrata dispuesto a recordarnos que “criticar sin proponer” es inútil… salvo que la propuesta sea aceptar que los nuevos ricos también tienen derecho a su pedazo de pastel.
@JErnestoMadrid
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