Cada 1 y 2 de noviembre, las familias mexicanas se reúnen para recordar y honrar a sus seres queridos, manteniendo viva una hermosa tradición que ha perdurado a lo largo de los siglos.
Por Marta Oliva Obeso Suroh.
El Día de Muertos, una festividad profundamente arraigada en la cultura mexicana y es una celebración que rinde homenaje a los difuntos. Aunque en la actualidad Halloween se ha vuelto popular en México, el primero y 2 de noviembre, son días en los que se abren las puertas de “Más Allá”, como parte de una celebración con características únicas, que son resultado de la preservación de las costumbres de los pueblos originarios de nuestro país. Esta festividad no solo honra a los seres queridos que han fallecido, sino que también conecta a los mexicanos con su historia y herencia prehispánica.
El origen del Día de Muertos se remonta a las antiguas civilizaciones que poblaron lo que hoy es México, en particular, a las culturas aztecas y mexicas. Estas civilizaciones lograron describir claramente cómo era la vida después de la muerte. Según la cosmovisión, el alma de una persona fallecida emprendía un viaje al Mictlán, el lugar de los muertos y, la creencia era que el alma se desprendía del cuerpo después de la muerte, se explicaba a que ésta debía atravesar un camino lleno de peligros y obstáculos para llegar a su destino final.
El Mictlán, considerado el inframundo de la mitología mexicana, es un lugar gobernado por Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl, los señores de la muerte. El alma del difunto debía atravesar nueve niveles oscuros y difíciles antes de alcanzar la paz eterna en Mictlán. Cada nivel representaba un desafío distinto, y se creía que solo después de superarlos todos, el alma podría descansar en paz.
A continuación, describo brevemente cómo cada uno de estos 9 niveles reflejan la cosmología de las antiguas civilizaciones mexicanas y su visión de la vida y la muerte como parte de un ciclo natural (nada más sabio). Y cómo, superar estos desafíos, era esencial para que el alma encontrara su destino final en el Mictlán.
- Chicunamictlán: Es el punto de partida en el viaje del alma, cruzando un río de sangre que simboliza la muerte violenta o traumática.
- Tlalocan: El segundo nivel, en donde el alma cruza un río de agua, representando la muerte por enfermedad o ahogamiento.
- Chichihuacuauhco: Este nivel está asociado con fuertes vientos y espinas, símbolo la dificultad de atravesar el viento.
- Tonatiuh ichan: Aquí el alma supera un campo de espinas y agujas de maguey, simbolizando la muerte por causas naturales o accidentales. En este nivel hay perros (xoloitzcuintles) guardianes de los espíritus que evalúan la pureza del corazón del difunto.
- Tepectli monamictlan: El alma atraviesa un campo de obsidiana afilada, marcando la transición entre la vida y la muerte.
- Tzitzimime: Este nivel está habitado por criaturas malignas llamadas "tzitzimime", que eran astros o estrellas malévolas.
- Itzcuintli ichan: El alma se encuentra con una montaña alta y empinada que debe escalar, representando las dificultades físicas de la muerte.
- Panzihuani: En este nivel, el alma pasa por un lugar oscuro y frío, donde se congela, simbolizando la falta de calor o vitalidad.
- Tamoanchan: El último nivel, un lugar de descanso y tranquilidad, donde el alma finalmente encuentra la paz eterna y se reúne con sus antepasados.
Con la llegada de los españoles a México en el siglo XVI, se produjo una convergencia de las creencias indígenas y la religión católica. La Iglesia católica buscó adaptar las festividades indígenas a sus propias celebraciones, y como resultado, el Día de Muertos se fusionó con el Día de Todos los Santos y el Día de los Fieles Difuntos, que se celebraban el 1 y 2 de noviembre.
Una de las manifestaciones más emblemáticas del Día de Muertos es la creación de altares en los que se colocan alimentos a manera de ofrendas. Estos altares son montajes decorativos que se construyen en los hogares, escuelas, oficinas y en los cementerios, con la finalidad de honrar a los seres queridos que han fallecido. Cada altar es único y están llenos de un gran simbolismo.
En el altar del Día de Muertos, se colocan elementos esenciales como la fotografía del difunto, su comida y bebida favorita, velas, flores, calaveras de azúcar y papel picado. Los elementos tienen un significado profundo: las velas iluminan el camino de las almas hacia el mundo de los vivos, las flores de cempasúchil, de color amarillo y naranja, guían a los difuntos, y las calaveras de azúcar, o calacas, representan la muerte, expresándola como un proceso natural y no como algo aterrador y doloroso.
El papel picado, en colores brillantes y figuras de papel recortado, simboliza la fragilidad de la vida. Cada ofrenda se crea con amor y dedicación, honrando la memoria de nuestros ancestros; pretendiendo que los seres queridos regresen del más allá para disfrutar de los aromas y esencias de los alimentos que se les ofrecen y que formaban parte de sus gustos personales. Las familias pasan tiempo juntas en los cementerios, compartiendo anécdotas y celebrando la vida de quienes ya no están aparentemente presentes.
Este 2023 el Día de Muertos sigue siendo una celebración mexicana, vibrante y emotiva, su influencia se ha extendido a nivel mundial y, aunque ha evolucionado con el tiempo, conserva sus raíces ancestrales y su profundo respeto por los difuntos. El Día de Muertos no solo es un tributo a la vida después de la muerte, sino también un vínculo inquebrantable con la rica historia y cultura de México.
También te recomendamos leer: Periodistas mexicanos, asumen el reto y se unen a la Revolución de la IA