- La petrolera estatal, con más de 120 mil millones de dólares en deuda, enfrentará reestructura operativa, fiscal y financiera; Dos Bocas sigue sin operar con sobrecostos millonarios
Petróleos Mexicanos vive conectado al respirador. Y aunque el nuevo gobierno anunciará un “plan de rescate” ambicioso, lo que realmente ocurrió esta semana fue una cirugía financiera de urgencia: el lanzamiento de deuda por 12 mil millones de dólares —la segunda emisión de bonos estructurados más grande del mundo en un solo tramo— para evitar un colapso operativo que ya era inminente.
Ernesto Madrid
La Secretaría de Hacienda, ahora encabezada por Edgar Amador, presentó la colocación internacional de Notas Estructuradas Pre Capitalizadas (P-Caps) con vencimiento en 2030. La emisión fue bien recibida: 295 fondos internacionales ofrecieron 23 mil 400 millones de dólares, casi el doble del monto adjudicado, lo que permitió bajar el costo financiero de la operación. Buenas noticias a simple vista, si no fuera porque esta deuda es pública, se cargará al erario, y representa una confesión brutal: Pemex no se rescata con producción, sino con deuda.
La petrolera acumula más de 120 mil millones de dólares en pasivos, de los cuales 23 mil millones son con proveedores más un monto adicional por trabajos no facturados y enfrenta pagos por 6,400 millones en 2025. No había más opción. Pero que no nos digan que esto es estrategia de largo plazo. Es un rescate técnico camuflado, disfrazado de “optimización del balance público”, como dirían los funcionarios.
Mientras se da esta inyección de emergencia, en paralelo se anunciará una reestructura administrativa que incluye la eliminación de más de 3 mil plazas de confianza, la desaparición de 40 subsidiarias, y una reforma fiscal que fusionará tres derechos en un solo “Derecho Petrolero para el Bienestar” —una jugada semántica que busca tapar la palabra subsidio con lenguaje político.
De acuerdo con el columnista Mario Maldonado de El Universal, a nivel operativo, se propondrá reactivar 5 mil pozos cerrados, modernizar refinerías, relanzar la petroquímica, todo al mismo tiempo que Dos Bocas —la obra emblema del sexenio pasado— sigue sin operar a plena capacidad y ya costó más de 21 mil millones de dólares, 162 % por encima del presupuesto original.
Todo esto ocurre en un contexto donde la presión externa también aprieta. La embajada de Estados Unidos denunció que el crimen organizado está robando crudo mexicano, lo envía por ductos o camiones a Texas, lo refina y lo reexporta a México disfrazado de combustible legal. Una “industria multimillonaria” —dice la representación diplomática en un video publicado en X— que se cuela por aduanas, involucra a empresas fachada, genera corrupción y financia la violencia.
¿El remate? Mientras México intenta salvar a Pemex con deuda pública, empresas como Iberdrola ya hacen maletas. El diario español El Confidencial reportó que la energética ha contratado a Barclays para vender las 15 plantas que aún tiene en México, luego de deshacerse de otras 13 el año pasado por 6 mil millones de dólares. ¿El motivo? Inseguridad jurídica, tribunales cooptados, y la clara prioridad del gobierno por apuntalar a la CFE sobre cualquier inversión privada.
Así estamos: metiendo dinero a Pemex por la ventana mientras la inversión privada salta por la puerta. Celebrando colocaciones récord de deuda para tapar boquetes que se siguen abriendo desde dentro. La narrativa oficial quiere hacernos creer que esto es soberanía energética, pero en los mercados se llama alto riesgo estructural.
Pemex no se rescata con fe. Y aunque los inversionistas aplaudan el cupón del 5.5 %, no se les escapa el fondo: estamos capitalizando una empresa quebrada para que no nos explote en la cara. Y eso no es política energética, es pura contención de daños.
@JErnestoMadrid
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
