Es necesario un retorno a los principios de igualdad y complementariedad que originalmente representaban estas figuras femeninas
Desde una perspectiva histórica, el papel de las sacerdotisas lunares y el concepto de "virgen" tienen raíces más profundas y complejas que la visión moderna, influenciada principalmente por las religiones patriarcales. En la antigüedad, la palabra "virgen" no se refería a una mujer que no había tenido relaciones sexuales, sino a una mujer independiente, poderosa y completa en sí misma. El término latino virgo deriva de la raíz "vir," que significa fuerza o vigor, y era un atributo de las diosas y mujeres sagradas que simbolizaban la autosuficiencia y el poder. Estas diosas, como Marie, Isis, Ishtar, Diana y Astarté, fueron llamadas vírgenes no por su castidad, sino por su autonomía y fortaleza espiritual.
En las antiguas culturas, los grandes héroes y figuras culturales como Osiris, Marduk, Gilgamesh, Buda, Dioniso y Jesús eran presentados como hijos de madres vírgenes, en un sentido que destacaba su conexión con la Gran Madre, fuente primordial de poder y vida. Esta tradición simbolizaba que el poder de estos héroes provenía de una figura materna divina, una encarnación del principio femenino creador del universo.
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Sin embargo, con el tiempo, las religiones organizadas, al institucionalizarse, comenzaron a reinterpretar y distorsionar estos mitos en función de los intereses patriarcales, minimizando o tergiversando el rol original de estas figuras femeninas poderosas. En el cristianismo, por ejemplo, la Virgen María fue reinterpretada dentro de una visión patriarcal, subrayando su pureza sexual en lugar de su fuerza e independencia. Se introdujo la idea del "pecado original" para denigrar la sexualidad, en especial la de aquellas mujeres que no se sometían a las normas patriarcales.
La idea de la virginidad se fue transformando hasta convertirse en un concepto de pureza sexual, despojando a las mujeres de su antigua conexión con el poder divino. Figuras como Juana de Arco, quien se llamó a sí misma "La Pucelle d'Orléans" (la Virgen de Orleans), mantenían parte del significado original de virgen, como una mujer fuerte e independiente, pero aun así fueron perseguidas bajo el nuevo paradigma patriarcal.
Hoy en día, más que una confrontación entre géneros o un simple cambio simbólico de un Papá por una "Mamá" o la adopción de un lenguaje inclusivo, es necesario un retorno a los principios de igualdad y complementariedad que originalmente representaban estas figuras femeninas. El poder femenino, encarnado en la figura de la Gran Madre o Pachamama, debe ser restaurado en el equilibrio espiritual, junto al Padre Cósmico o Pachakamak, como fuerzas que sostienen la vida y la existencia en un plano espiritual más allá de las religiones dogmáticas y del ateísmo materialista.
La verdadera transformación social y espiritual vendrá desde la alteridad comunitaria, que implica un reconocimiento de las múltiples dimensiones de la opresión, no solo en términos de género, sino también de clase, raza y otros sistemas de dominación. Este enfoque busca restaurar una espiritualidad más inclusiva y holística, donde lo femenino y lo masculino coexistan en armonía sin dominación ni sumisión.