"La instrumentalización del sistema legal para destruir la reputación y la dignidad de un hombre, mediante falsas acusaciones, es una forma de violencia que ejercen algunas mujeres movidas por el resentimiento."
El feminismo, en su esencia, es un movimiento noble que busca la igualdad de derechos y oportunidades entre hombres y mujeres. Sin embargo, como cualquier ideología, puede desviarse de su propósito original y caer en excesos que socavan los principios fundamentales de la justicia y la equidad.
Analizando el lado oscuro del feminismo y cómo la búsqueda de igualdad puede transformarse en una forma de tiranía, encontramos que uno de los peligros del feminismo radical es la confusión entre igualdad y superioridad. La lucha legítima por los derechos de las mujeres puede degenerar en una visión que busca invertir la opresión, colocando a las mujeres en una posición de poder sobre los hombres. Esta inversión de roles no es igualdad, sino una forma de revancha que perpetúa el ciclo de dominación.
La cultura de la cancelación y la presunción de culpabilidad
En algunos círculos feministas, se ha instaurado una cultura de la cancelación que silencia cualquier voz disidente. Se demoniza a quienes cuestionan ciertos dogmas, se les acusa de machistas o misóginos, y se les excluye del debate público. Esta intolerancia sofoca el diálogo constructivo y polariza aún más a la sociedad.
Además, se ha extendido la idea de que las mujeres siempre dicen la verdad y que los hombres son culpables por defecto. Esta presunción de culpabilidad viola el principio fundamental de la justicia: la presunción de inocencia. Se condena a hombres sin pruebas suficientes, basándose únicamente en el testimonio de una mujer. Incluso, dentro del feminismo, existen discrepancias sobre la forma de expresión, lo que ha llevado a que algunas mujeres sean objeto de críticas y exclusión por parte de otras féminas.
Casos alarmantes
Un ejemplo del abuso del discurso feminista es el caso del doctor Adrián Moya, quien lleva dos años preso en el CERESO de Pachuca. Es alarmante de cómo el discurso feminista mal utilizado puede destruir la vida de una persona. Acusado de abuso sexual, según familiares y amigos, el doctor Moya fue condenado sin pruebas contundentes, basándose únicamente en el testimonio de su acusadora. Este caso pone de manifiesto cómo la presunción de culpabilidad, alimentada por un discurso feminista radical, puede llevar a la injusticia.
No se trata de negar la existencia de la violencia de género, una lacra que debemos combatir con firmeza. Se trata de exigir que la justicia no sea ciega, que no se deje llevar por prejuicios ni estereotipos. Que investigue a fondo, que valore las pruebas con objetividad y que no permita que la vida de un hombre, su familia y su carrera profesional sean destruidas sin un juicio justo.
Otro caso es el del cantante Luis Guillén, cuyo ascenso meteórico en el reality show "La Academia", presagiaba un futuro brillante en la escena musical. Sin embargo, su trayectoria se vio abruptamente truncada tras la ruptura de su relación sentimental con una reconocida periodista. Lo que siguió fue un linchamiento mediático orquestado por conductores de programas de espectáculos, quienes, sin el menor atisbo de responsabilidad, se sumaron a una campaña de desprestigio que sepultó su carrera.
El "delito" de Guillén: negarse a contraer matrimonio con una mujer mayor que él. Una decisión personal que, en un contexto de respeto a la autonomía individual, jamás debería haber trascendido la esfera privada. Sin embargo, la voracidad del espectáculo y la falta de ética periodística transformaron su vida en un circo mediático, donde las acusaciones infundadas y los juicios sumarios se convirtieron en la norma.
Se le acusó, sin pruebas fehacientes, de una serie de delitos que jamás fueron demostrados. Se le sometió a un escrutinio público despiadado, donde su vida privada fue diseccionada y expuesta al morbo de la audiencia. Se le convirtió en un chivo expiatorio, un blanco fácil para alimentar la sed de escándalo de una sociedad ávida de morbo.
El caso de Luis Guillén es un ejemplo paradigmático de cómo el poder de los medios de comunicación, utilizado de forma irresponsable, puede destruir la vida de una persona; así como también lo es el caso del Dr. Jesús Luján, miembro de la Sociedad Médica Bité y director y fundador de Fundación Pronatal A.C.
A través de redes sociales, el Dr. Luján asegura ser víctima de un linchamiento mediático que lo ha orillado a denunciar a comunicadoras que, sin el menor rigor periodístico, han publicado denuncias sin sustento. Actualmente, el Jesús Luján Irastroza se encuentra amparado ante una orden de aprehensión por delitos integrados en carpetas de investigación que, según sus abogados, muestran contradicciones evidentes. Detrás de estas acusaciones, el Dr. Luján ha señalado a su expareja, de ser la impulsora de una campaña de desprestigio que busca encarcelarlo.
Estos casos plantean interrogantes sobre la ética periodística y la responsabilidad de los medios de comunicación; así como la tendencia de emplear acusaciones sin pruebas fehacientes y propiciar consecuencias devastadoras en la reputación y la vida de una persona. Es necesario recordar que la presunción de inocencia es un derecho fundamental que debe ser respetado.
El caso del Dr. Luján también pone de manifiesto la complejidad de las relaciones personales y la dificultad de discernir la verdad en situaciones donde las emociones están a flor de piel. Es crucial que la justicia actúe con imparcialidad y que se investiguen a fondo todas las pruebas antes de emitir un veredicto.
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La victimización como arma política
Algunas corrientes feministas promueven la victimización como una herramienta política. Se presenta a las mujeres como víctimas perpetuas de la opresión masculina, negándoles la capacidad de agencia y responsabilidad. Esta visión victimista puede ser contraproducente, ya que refuerza estereotipos negativos y limita el potencial de las mujeres.
El feminismo blanco y de clase media a menudo ignora las experiencias de mujeres de otras razas, etnias, orientaciones sexuales o clases sociales. Esta falta de interseccionalidad invisibiliza las múltiples formas de opresión que enfrentan las mujeres y perpetúa la desigualdad dentro del propio movimiento feminista.
Por un feminismo inclusivo y responsable
Es fundamental recordar que el feminismo no es un monolito. Existen diversas corrientes y perspectivas dentro del movimiento, y es importante fomentar un diálogo abierto y respetuoso entre ellas.
El feminismo del siglo XXI debe ser inclusivo, interseccional y responsable. Debe reconocer la complejidad de las relaciones de género y evitar caer en simplificaciones y generalizaciones. Debe promover la igualdad de derechos y oportunidades para todas las personas, independientemente de su género, raza, etnia, orientación sexual o clase social.
Tengamos presente que el feminismo es un movimiento esencial para construir una sociedad más justa e igualitaria. Sin embargo, es crucial evitar los excesos que pueden convertirlo en una forma de tiranía. La verdadera igualdad se basa en el respeto mutuo, la justicia y la responsabilidad. Solo así podremos construir un mundo donde todas las personas tengan la oportunidad de alcanzar su máximo potencial. Estos tres casos nos recuerdan que la justicia no debe ser ciega, y que nadie, independientemente de su género, debe ser condenado sin pruebas suficientes y, a quien se le demuestre falsedad de declaración, debe ser procesado.