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Alegorías

Tecnócratas y realidad

El diccionario de la real academia de la lengua define tecnócrata al «profesional especializado en alguna materia económica o administrativa, que en el desempeño de un cargo público, aplica medidas eficaces que persiguen el bienestar social al margen de consideraciones ideológicas».1

Tecnocracia, a su vez, tiene dos sentidos, el primero como «el ejercicio del poder por los tecnócratas» y el segundo como «el grupo o equipo de tecnócratas dirigentes».2

La reciente serie sobre el accidente nuclear en Chernóbil expone en forma dramática y apabullante, la falsa dicotomía entre tecnócratas y políticos ahora que se ha vuelto un lugar común desacreditar a los desalmados técnicos que inducen a los dirigentes o toman decisiones alejadas de los intereses del pueblo, en lugar de las virtuosas decisiones cercanas a las necesidades sociales.

Según esa serie, en ese dramático evento en la todavía Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas prevaleció la decisión política sobre la opinión técnica. Porque esas decisiones de vida o muerte no las tomaron finalmente los expertos sino la nomenclatura política del partido comunista.

Las consecuencias de la explosión del reactor nuclear Vladimir Ilich Lenin, fueron tal vez el factótum que derrumbó el socialismo real ruso y sus «satélites» como los llamaba Occidente, tanto en Europa como en otras partes del mundo. Treinta y tres años después se recuerda a los héroes y mártires de los intentos para contener la radiación que contaminó no sólo territorio ucraniano sino que se extendió a una vasta región europea.

Los tecnócratas como sucede con otros fenómenos no son malos o buenos per se ya que siempre han existido. Toda sociedad ha educado y preparado a una parte de ella para que se haga responsable de asuntos que no están al alcance de la mayoría, porque requieren una pericia y habilidades adquiridas tanto en las aulas como en la práctica.

Son lo que muchos países llaman los servidores públicos sujetos a unas claras reglas dentro de un servicio civil meritocrático. El servidor público no es sinónimo de parásito sino una persona que decide emprender una carrera honorable al servicio de la sociedad, generalmente luego de terminar su preparación académica. Los burócratas de carrera como se llaman en muchos países responden jurídica y políticamente por sus actos deshonestos, pero también son premiados por sus contribuciones.

Desde la antigüedad, se reconoce ese papel científico y especializado de los expertos. Viene a la mente el caso de Arquímedes al servicio de los políticos de Siracusa durante la invasión romana en el sigo 2 antes de nuestra era. De hecho ese científico hizo sus estudios en el centro de la cultura griega que era la Alejandría ptolomeica.

O el caso del Rey Gustavo Adolfo de Suecia que decidió terminar la construcción de uno de los más poderosos barcos de guerra a principios del siglo XVII en su visión de ampliar su poder en el Báltico, pero no le hizo caso a los expertos nacionales y a los extranjeros que había contratado. El resultado fue la tragedia del buque, que hoy se exhibe en el museo Vasa en Estocolmo, que lleva el nombre de ese desafortunado proyecto naval. Ver una interesante reflexión sobre el tema en el artículo de Esteban Illades del pasado 2 de agosto (https://www.milenio.com/opinion/esteban-illades/contexto/la-terquedad-del-rey-gustavo-adolfo).

Adicionalmente, la clase política encargada del poder, aunque tenga sensibilidad y comprensión de las cuestiones técnicas, no puede ni debe dedicar su tiempo a estudiar, analizar, calcular, planear y diseñar las detalladas políticas económicas, sociales, científico-técnicas, de obras públicas o ambientales, por ejemplo. Todas ellas son responsabilidad de esos servidores públicos formados por las instituciones educativas y en la práctica civil. Y en el peor escenario, instrumentar políticas que no tengan suficiente sustento en la evidencia proporcionada por lo especialistas.

Por ello todo gobierno independientemente de su sistema político y económico, debe aprovechar al máximo a sus especialistas o técnicos. Es una falacia afirmar que un gobierno que los contrate o emplee para administrar los asuntos económicos, sociales, científicos o ambientales, es una tecnocracia, en el otro sentido del término, como el ejercicio del poder por los tecnócratas.

A contrario sensu, no todo tecnócrata que ocupa un cargo directivo ejerce el poder.

Volviendo a la serie sobre la central nuclear, los dirigentes que no entiendan la lección que se deriva del desprecio por los expertos, especialistas y conocedores de muchas de las cuestiones técnicas que se requieren para administrar una nación, estarán condenados a tener su propio Chernóbil.

Por otra parte, existe el lado oscuro que consiste en el desprecio hacia los técnicos, representada por la vulgar ignorancia o tecnofobia que consideran que el «sentido común» o una visión ideológica, como sucedió con los políticos de la URSS, cuyas directivas siempre estuvieron por encima de las opiniones de los expertos y especialistas.

El caso histórico extremo de esa visión lo representó Galileo Galilei quien fue sentenciado porque sus evidencias científicas no coincidían con una visión filosófico-religiosa de quien entonces detentaba el poder.

Lo bueno es que muchos sí hemos aprendido de la famosa frase, aunque polémica, atribuida a ese científico: «eppur si muove» y ahora desde pequeños sabemos que la tierra gira alrededor del sol.


1.- https://dle.rae.es/?id=ZIuwjbm
2.- https://dle.rae.es/?id=ZItLgDT