Todavía existen hoy los nostálgicos que sostienen que el liberalismo como tal, sigue siendo la opción política para este siglo; son los mismos que se envalentonaron después de la caída de la Unión Soviética y consideraron la coyuntura como la vía libre a la consagración de los ideales occidentales de progreso; y así fue, encontraron libertad de maniobra, pero solo para expandir ideológicamente las máximas liberales que en términos sutiles era la de la preponderancia de algunos individuos contra el Estado; ese Leviatán que había sido causa de atrocidades totalitarias y de atropello de libertades tan anheladas como la política y sobre todo la económica.
La lectura económica del keynesianismo revelaba la intransigencia del sistema financiero que en 1929 cobraba las primeras víctimas y no solo entre los desheredados sino también de aquellos entusiastas liberales que habían caído presas de su propio libertinaje. Tampoco Keynes atinó con el remedio, ya que a finales de los setentas del siglo pasado, el mundo caía nuevamente en una crisis que fue atribuida por los mismos nostálgicos liberales a aquel apocalíptico Leviatán, que ya sin totalitarismos, había resuelto controlar los efectos desastrosos del mercado concediendo garantías tanto al capital como al trabajo.
Mas tarde apareció la respuesta bajo el signo neoliberalismo económico, y con él, el renacimiento de la nostalgia por los viejos tiempos en donde el liberalismo había doblegado al monstruo mítico mediante el imperio de la democracia y de la libertad individual. La ruptura con el modelo paternalista trajo consigo una revuelta económica que definiría los últimos 20 años del pasado siglo y los que van de este.
Sin embargo, como Keynes, estos tampoco atinaron con el remedio, las condiciones por las que fundamentaron el regreso a la teoría económica clásica no solo no desaparecieron, sino que se profundizaron, además de que en su intento por homogeneizar occidentalmente al mundo entero, fracasaron polarizando profundamente a las sociedades.
Lo cierto es que luego de la consagración del liberalismo como corriente política hegemonica y de su postrera consolidación neoliberal, desde mi perspectiva, éste vive sus últimos momentos; pues a pesar de la siempre buena intención de los nostálgicos liberales, el mismo, ni libera y mucho menos alcanza a explicar los nuevos fenómenos políticos y sociales. Más aún, el dominio ideológico liberal, con sus anquilosados conceptos de libertad y democracia sucumben ante realidades desbordantes de desigualdad y marginalidad, no solo en el plano económico, sino en el terreno de lo político, en donde expresiones todavía aisladas de la sociedad civil, paulatinamente ocupan espacios que estaban reservados a las instituciones emblemáticas de la democracia y de la economía liberales.
Tal vez estemos asistiendo a una verdadera democratización de la democracia, de la política y de la propia economía, a diferencia de lo sucedido durante la hegemonía liberal, donde los mismos, fueron solo prerrogativas de grupos hegemónicos o en su defecto, procesos supeditados a agendas vinculadas con intereses particulares o clientelares.
Colaborar con la transición es una oportunidad histórica de la sociedad civil, toda vez que en el actual contexto la información y la participación de lo público, parece ser el motor que romperá las estructuras anquilosadas y las instituciones avejentadas y anacrónicas que han dominado el escenario político al menos desde el término de la guerra fría. En este escenario todo debe pasar por el escrutinio de la razón y someterse a una redefinición conceptual, incluyente y progresiva, que revitalice políticamente a la sociedad civil, regresándole la posibilidad soberana de la elección de los caminos políticos y económicos que sean viables para todos.
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