Se cumplió una semana desde la movilización de mujeres que manifestó su inconformidad por los recientes acontecimientos en donde una mujer fue atacada por unos policías en servicio.
En días posteriores a la protesta se dejó ver en redes otra movilización de espectadores que tuvieron a bien colgar un post en donde se virtieron opiniones de diversas naturalezas. Unos apoyando el evento, mujeres que expresaron su solidaridad por la empatia de las experiencias que viven día a día, otros tantos denostando las acciones, criminalizando la protesta al reducirla a meros actos vandálicos aislados.
De lo anterior destaco dos cosas, la primera es la nutrida participación que desató el suceso y que enfrentó a diversos grupos que apoyaron lo hechos, muchos ligados a grupos de feministas y otros tantos, que si bien no son activistas ni mujeres, coincidieron en el hartazgo por la cotidianidad de la violencia y la inseguridad que hace presa de ellas; convirtiéndolas en un grupo muy vulnerable. La segunda y no menos importante, es la brevedad de la coyuntura digital, de haber experimentado el intenso intercambio de opiniones y visiones de todos los que participaron desde sus dispositivos móviles, con el paso de los días la noticia o el hecho en sí mismo fue perdiendo vigencia ya desgastado el debate.
Esto me deja ver el peso específico que las redes sociales tienen en la difusión de los hechos, pero también lo implacable que pueden ser cuando se trata de desarticular el debate, la discusión y la propia movilización. Sí los movimientos sociales se enfrentan generalmente a la volatilidad de sus acciones y a la vigencia de sus movilizaciones, cuando el hecho se viraliza en redes, es aún más breve el espacio político y el tiempo para ver resueltas sus demandas sin que estas caigan en el olvido. Adicional a esto, es evidente que lejos de generalizar la causa, la misma se tamiza bajo la mirada del individualismo recalcitrante que impera en la redes sociales, con lo que no sólo se desarticula la movilización, sino la causa, reduciéndose a una opinión pasajera de cibernautas de compromiso mediático.
Ordenar este caos significaría reconocer que las opiniones no son demandas ni se consolidan como pliego petitorio, que lejos de sumar o enriquecer la causa la atomizan dibujando un escenario en donde la lucha, que necesita de la movilización en unidad, se redujera a conflictos de grupos aislados, cuando la realidad es diametralmente opuesta.
Se pierde entonces el verdadero motivo que da cause a cualquier manifestación, el hartazgo, la inseguridad, la violencia, la desigualdad, la injusticia, que no son afrentas de grupos en específico ni esclusividades de género sino que son manifestaciones cotidianas que impactan de alguna u otra forma a la población en general.
Reconocer cualquier lucha y solidarizarse con la causa es reconocer al otro, es reconocer la vulnerabilidad de nuestra cotidianidad a pesar de lo diferente que puedan ser nuestros roles, nuestros estilos de vida, nuestros estratos sociales y nuestro género.
Reconocer la vulnerabilidad de todos es reconocer que la demanda social no obedece a banderas sino a una situación generalizada en nuestro país. Que no nos haya pasado, no quiere decir que no seamos vulnerables. No esperemos a que nos suceda para reconocer la lucha del otro.
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