En medio de una pandemia por Covid-19 que mantiene al país en semáforo rojo, un crecimiento económico nulo incluso antes de iniciar la cuarentena, la caída estrepitosa de empleos, una desbarrancada de exportaciones de México a Estados Unidos, una sociedad polarizada y gobernadores inconformes por la medidas implementadas, el presidente Andrés Manuel López Obrador, pareciera que está iniciando su proselitismo rumbo a las elecciones intermedias del próximo año y pensando detener la revocación de su mandato prevista en el 2022.
Ernesto Madrid
El mandatario nunca ha dejado de estar en campaña, eso es evidente, pero ahora resulta más que obvio ante su gira por seis estados del sureste del país, la semana pasada, para dar el banderazo a otro de sus proyectos “capricho” como lo es el Tren Maya y además, reiniciará los trabajos de cuestionado y que incluso él estuvo en contra, el Tren Transístmico.
Todo lo anterior a pesar de que organizaciones no gubernamentales (ONG),dirigentes empresariales, empleados, sociedad civil, académicos, intelectuales y en fin una serie de personajes, han manifestado, no solo su desacuerdo sino su molestia por el rumbo que lleva el país, lo que costado la caída de su popularidad por debajo del 50%.
Pero, ¿a dónde está mirando el presidente?
Habría que recordar cuando hace algunos años era un líder opositor que pedía la renuncia de presidentes y ex secretarios porque el producto Interno Bruto del país crecía apenas un 1%.
Ese mismo político exigía que se detuviera la sangrienta lucha contra el narcotráfico y la militarización del país.
Hoy ese líder es presidente de México.
Pero como presidente de México dice defender a sus pobres y sus pobres número económicos diciendo que él crecimiento del PIB debería caer en desuso que lo que se debería medir, es, la felicidad, la tranquilidad y el bienestar de los mexicanos.
Y además, ese presidente firmó un decreto que permite al Ejército y a la Marina hacer funciones de policías en todo el territorio nacional.
Por lo que si hablamos de maromas discursivas, las de Andrés Manuel López Obrador y sus subalternos, son dignas de aplauso y la de sus seguidores, por igual.
Por ejemplo, ahí está Mario Delgado, defendiendo el decreto presidencial sobre los militares, cuando hace unos años fue un fiero activista en contra de la militarización del país, igual que la diputada Tatiana Clouthier, o el propagandista Epigmenio Ibarra o bien, el tuitero John Ackerman. Como cambian las cosas desde el poder.
Y como olvidar aquella joya que soltó Marcelo Ebrard, días después de la victoria de Andrés Manuel en 2018: “El trato que hemos recibido por parte de Estados Unidos ha sido terrible; México y los mexicanos, hemos recibido un mal trato”.
Hablamos del mismo Ebrard que hoy tiene movilizada la Guardia Nacional para detener a migrantes y que antes fue criticado por el propio presidente Donald Trump.
Por eso la pregunta. ¿Hacia dónde está mirando el presidente?
Porque si nos vamos a los detalles, Ricardo Monreal, otro de los operadores del presidente López Obrador, quien ha logrado dominar mejor las habilidades necesarias para cambiar de discurso o defender lo indefendible, tiene mucho de qué hablar.
Por ejemplo, cuando cacharon a un colaborador suyo en la delegación Cuauhtémoc con 600 mil pesos en efectivo, o cuando se dio a conocer que había contratado a una sobrina suya en el senado, ganando más que el presidente.
Aunque nada se compara con la ocasión en que quiso eliminar las tasas de interés que cobran los bancos, iniciativa que fue sepultada por el propio Monreal, después de reunirse con el presidente y su entonces secretario de Hacienda, Carlos Urzúa.
Pero no es la primera vez que López Obrador utiliza maromas para salir adelante o para permanecer en el cargo de elección popular o para buscar la simpatía de sus seguidores.
De hecho, es una habilidad que ha desarrollado a lo largo de toda su carrera política y perfeccionado con eficacia, en los últimos 20 años.
¿Cómo olvidar la manera en la que salió fortalecido del proceso de desafuero que inicio Vicente Fox, en contra de él?
Lo mismo ocurrió con el escándalo de su tesorero en el gobierno de la capital, Gustavo Ponce, al que cacharon jugando un dineral en Las Vegas o cuando mostraron a su principal operador político, el señor de las ligas, Rene Bejarano, recibiendo fajos de billetes en efectivo.
Sin duda, son detalles que le han ayudado a construir una especie de teflón ante las críticas.
Andrés Manuel cae siempre de pie y lo curioso es que sus fanáticos le aplauden desbocados. Así es la idiosincrasia mexicana.
La clave, ha sido construir un discurso que lo mantiene cerca de la santidad y del martirio político: quienes me atacan, son corruptos, inmorales, parte de una conspiración, son conservadores, son del viejo régimen neoliberal, justifica.
“No somos iguales” dice cuando exhiben a los integrantes de su equipo.
Y refuerza el discurso inventando ideas, ¿cómo quedará su imagen en los libros de historia?
Ejemplos hay varios, ahí está el Servicios de Administración y Enajenación de Bienes la institución encargada de poner a subasta los bienes incautados a las personas sentenciadas, él la llamó, el Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado, o la Secretaría de Desarrollo Social, que bautizó del Bienestar, como es su política actual.
Y quienes se encargan de dispersar los recursos de sus programas sociales él los nombra: Servidores de la Nación.
A los municipios que no tienen o no tenían registrados contagios de Covid-19 los nombró, los “Municipios de la Esperanza”, pero al cabo de los días, se le acabo.
Y así, el sigue reescribiendo su historia, la historia de la Cuarta Transformación en los que incluye nombres que le parecen adecuados para la labor titánica que cree, está haciendo.
Y sus fanáticos otra vez, le aplauden.
El Señor López Obrador logra así dos cosas, por un lado construir una narrativa en la que él se mantiene libre de cualquier acto que pueda calificarse de inmoral o poco ético sin que importe cuantos actos “legalmente” cuestionables cometa.
Y por el otro, que sus fieles seguidores se mantengan alineados con disciplina en torno a él.
Las críticas se le resbalan, porque ya logró construir entre los suyos, la idea generalizada de que la crítica hacia su persona o a sus actos de gobierno no es corrupta, es organizada y producto de intereses oscuros que no quieren ver cambiar al país.
Los críticos lo son porque temen perder los privilegios que ganaron en la etapa previa a su llegada, cuando todos estaban coludidos en una danza de saqueo e inmoralidad y sus defensores saben que hacer: contraatacar.
Quien habla mal del presidente no sólo es la encarnación del mal sino que, muy probable es además “estúpido o desinformado”.
La consecuencia de esta combinación es funesta: una sociedad divida, una oposición acorralada y atomizada, un presidente que solo escucha lo que quiere escuchar y un gobierno que se limita a recibir y acatar instrucciones por ridículas y desatinadas que puedan ser.
Por eso la duda, ¿Hacia dónde está mirando el presidente?
Porque México no comenzó a construirse el primero de diciembre de 2018. Y definitivamente no debe quedar destruido al final de este gobierno.
Entonces quizás el presidente ya está mirando a que sea ratificado y no revocado en su mandato en el 2022, por eso ya inicio sus giras, pese a una cuestionada, “nueva normalidad”.
¿No lo cree así?